domingo, 26 de abril de 2009

Inaudita querella contra un profesor por subir textos a Internet


Inaudita querella contra un profesor por subir textos a Internet
En Argentina, difundir Filosofía es un delito
Eso es lo que considera la Cámara Argentina del Libro, que inició una causa penal instigada por el lobby de una editorial francesa. Habla el autor de los sitios cuestionados.
Fernando Arredondo / De la redacción de UNO


Hay una noticia que corre como reguero de pólvora por Internet desde hace un tiempo, que tiene como marco la contradicción cada vez más manifiesta entre legislación y libre acceso al conocimiento y la información, a partir de la expansión de las nuevas tecnologías. Se trata de una causa penal abierta en el Juzgado Nacional en lo Criminal de Instruccion Nº 37 de Buenos Aires contra el profesor de Filosofía Horacio Potel, que enseña en la Universidad de Lanús, por supuesta infracción a la Ley 11.723 de derechos de autor, también conocida como Ley Noble (por el fundador de Clarín, ver aparte). El delito que cometió Potel según la Cámara Argentina del Libro, la parte querellante, es haber creado y mantenido (sin fines de lucro, hay que subrayar) sitios webs dedicados a traducciones de trabajos filosóficos. Son tres las páginas de Potel: una con obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, otra con textos del también filósofo alemán Martin Heidegger y la restante, con trabajos del francés Jacques Derrida. Estos espacios, además de la ahora cuestionada reproducción de textos, ofrecían fotos, biografías, comentarios y enlaces con otros sitios vinculados. La ardua labor del docente había conducido a que sus sitios se conviertan en, posiblemente, los más visitados en la materia por cibernautas hispanoparlantes. Para comprobarlo sólo basta teclear “Derrida” en Google: primero aparece una biografía de la popular Wikipedia; en segundo término está el sitio de Potel (www.jacquesderrida.com.ar) sobre un total de más de 3 millones de páginas. Este exitoso emprendimiento del saber ahora se ha convertido en una verdadera tortura para Potel –con quien UNO se comunicó vía mail– en una historia que se parece bastante a la de Josef K., aquel personaje de Franz Kafka de la novela El Proceso, que debía defenderse ante la Justicia de una acusación que nunca terminó de comprender.
—¿Cuándo inició usted sus páginas y qué lo movilizó a hacerlo?
—Tuve mi primera computadora relativamente tarde, allá por el año 1998, venía con una oferta de “Internet gratis”. Allí estaba yo, fascinado por las posibilidades que el formato digital le daba a mi trabajo y enamorado de contar con un medio que me daba la posibilidad de encontrarme con libros de los que siempre había oído hablar pero que estaban agotados hacía años o jamás habían sido publicados, muchos de ellos porque al titular del derecho de copia no le interesaban o no los veía rentables o estaba encaprichado en no publicarlos. Yo estaba en esa época fascinado con el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Y de él había poco y nada en esos tiempos lejanos en la web. Algunos textos en inglés y alemán, pero casi nada en castellano. El buscador Altavista (el Google de aquella época) indexaba sólo 15 textos sobre Nietzsche en castellano en toda la web. Pues bien, me pregunté ¿por qué no devolver los regalos y las sorpresas que la web me daba a diario, enriqueciéndola un poco? Y así fue que en una noche de diciembre de 1998 me puse a teclear una selección de textos de Nietzsche, y al otro día la obra de Nietzsche en castellano se había duplicado en la web. De esto ya pasaron 10 años, de trabajo en gran medida solitario, pagado con mi tiempo y mi dinero sin ninguna clase de subsidio ni de apoyo de ninguna entidad, pero tampoco, sin los juicios y amenazas de prisión con que hoy me regalan entidades que dicen defender con estas acciones nada menos que la cultura.
—¿Cómo fue armando sus sitios? ¿Cuál fue su método de trabajo?
—Mi idea con Nietzsche era la de la selección. Menos que ahora, igualmente era fácil entonces conseguir ediciones de papel baratas de Nietzsche, con pésimas traducciones, de dudosos libros suyos: La voluntad de poder, Mi hermana y yo y otras falsificaciones, eran y siguen siendo lo primero con lo que uno se suele topar buscando saber quién era ese tipo que se volvió loco en Turín. Así que yo pensé construir mi Nietzsche, mi propia interpretación de Nietzsche, llevando a cabo una selección estricta de aquellos textos que yo consideraba indispensables al momento de “entrarle” a Nietzsche.
Luego fue el turno de los comentaristas de Nietzsche, es decir de lo que yo estaba leyendo. Esas webs son el mapa de mis lecturas, porque yo a esa altura del partido había descubierto algo que pareciera que mucha gente aún no sabe: las computadoras son más eficientes que los dispositivos analógicos a la hora de la producción y difusión de conocimiento. La primera vez que pude trabajar a Heidegger con ocho artículos suyos abiertos en mi computadora y no apilados en el suelo, perdiendo horas para buscar el lugar donde creía que está la cita que acababa de recordar, algo cambió en mi cabeza.

El lobby francés
El proceso penal contra Potel se inició el 31 de diciembre de 2008 después de que la editorial francesa Les Éditions de Minuit, presentara su reclamo. Esta compañía ha publicado uno de los libros de Derrida, en francés. La queja de Minuit pasó a la Embajada francesa en Argentina y esa fue la base del proceso judicial que inició la Cámara Argentina del Libro en contra de Potel.

La cultura a precio oro
¿Cuál es su opinión sobre los derechos de autor y la industria editorial del modo que están establecidos en la actualidad?
El copyright tiende a concentrar, a través de la privatización, el control de la herencia cultural en manos de un número cada vez menor de propietarios privados. El copyright es la forma que tienen las corporaciones que fabrican libros de papel de apropiarse de la creación de los autores para su pura explotación mercantil, de manera tal que priva a todas las demás corporaciones editoras, incluido el autor, de la posibilidad de reproducir su propia obra. El copyright es el monopolio de la explotación de los productos culturales y como todo monopolio impide la competencia que podría traer alguna baja en el precio sideral de los libros, cosa particularmente grave en un país como el nuestro donde la gran mayoría de los libros de filosofía están patentados por corporaciones extranjeras con lo cual hay que pagarlos a precio de oro.
Es hora de preguntarnos qué es más importante, si la ganancia de algunos empresarios multinacionales que no quieren amoldarse a los tiempos que corren y a los nuevos esquemas de negocios que estos platean, o la necesidades urgentes que tienen Argentina y Sur América toda en cuestión de educación y cultura. Sobre todo cuando se cuenta ya con un medio técnico para la difusión libre y gratuita del conocimiento. Intentar, como se intenta cada vez más, privatizar la web es un crimen del cual, con justa razón, nos acusarán las generaciones venideras.

Nadie subraya que es imposible el trabajo académico sin computadora, lo que implica sin la digitalización de los textos con los cuales se trabaja. Los libros de papel son muy útiles al leer una novela. Pero a la hora de escribir artículos de Filosofía, los libros de papel se convierten en un anacrónico estorbo. Así que me vi abocado a buscar esos textos digitalizados, corregirlos, hacerlos legibles, modificando algunas traducciones que de tan malas se vuelven incomprensibles y esto no sólo pasa con las ediciones “truchas”, ediciones carísimas de “prestigiosos” editoriales extranjeros nos obligan a manejarnos con verdaderas estafas al consumidor que terminan traicionando de la peor forma al autor que se dice defender, porque la culpa de que no haya nuevas y buenas traducciones es también, en numerosos casos, culpa del monopolio al que nos somete el copyright. Sólo puede hacer una nueva traducción el dueño del copyright al que lo que le importa no es, en la mayoría de los casos, la calidad de su producto, sino la ganancia que pueda sacar de lo que para él es una simple mercancía.
Por eso no he mencionado aún la palabra “Derecho de autor” porque el derecho del autor no tiene nada que ver con el derecho de copia. Que un autor pueda ser leído libremente, pueda ser encontrado, consultado, difundido, en un lugar que ofrece un mínimo de calidad sobre lo que publica, que no sólo reúne, recopila información sino que la ordena, que al ser un medio digital permite hacer búsquedas de conceptos en casi toda la obra escrita de ese autor, un lugar así es un derecho que todo autor debería tener. Derrida y Heidegger los tenían en la web, las corporaciones que viven a costa de ellos han terminado con estos derechos de estos autores, para hacer valer sus patentes y sus propiedades. Y esto si podríamos compararlo con un acto de piratería: un fabricante de libros de papel se da el lujo de hacer desaparecer del patrimonio público, del espacio público de la red dos bibliotecas enteras sobre dos de los filósofos más importantes del siglo que terminó, han hundido tirando debajo de la línea de flotación el barco que transmitía la obra de Derrida y Heidegger, barco en el que ellos, por cierto, no contribuyeron para nada en su construcción.
Este criterio de selección me parece importante y me parece que es algo que molesta mucho a las editoriales multinacionales, a las embajadas neocoloniales y a las corporaciones de editores. Al fin y al cabo se supone o se suponía que ellos estaban o están dotados del poder de decidir que debía ser difundido y que no. Este poder, este capital simbólico es al fin y al cabo capital al que ninguna corporación en su afán de lucro y poder, quiere renunciar.
Lo paradójico es que estas corporaciones amparadas por el poder y el dinero defienden formas de distribución que el mismo sistema económico y legal que les da la pequeña satisfacción de cerrar un lugar de difusión cultural libre y gratuito, los condena por otra parte a la desaparición. No soy yo el enemigo de las editoras de papel, es el progreso técnico impulsado por el mismo capitalismo el que ha vuelto ineficaz y obsoleto su negocio, con lo cual cada vez más estos señores van a necesitar para sobrevivir de la ampliación de sus patentes y sus monopolios, como ya podemos ver que pasa en España donde hay que pagarles una suma a estos patrones cada vez que uno quiere comprarse un artículo informático. Para defender la cultura, dicen, mientras la asesinan.
—¿Tiene idea de cuántos visitas registraban sus páginas?
—El sitio de Nietzsche registra al día de hoy más de 5 millones de visitas. Los sitios de Heidegger y Derrida estaban arriba del 1,3 millones, lo que para webs especializadas en Filosofía creo que no está nada mal. Ahora toda esta gente, estudiantes, profesores, amantes de la filosofía, se han quedado sin la posibilidad de acceder a estos textos y producir así, a partir de ellos y de su herencia, nuevo conocimiento. El copyright lejos de promover la cultura como dice la propaganda, en este caso al menos se comporta de manera barbárica.
—¿Cómo se inició la causa en la que ahora usted quedó involucrado?
—La editorial francesa Minuit llamó a la embajada de Francia, ésta llamó a la Cámara Argentina (o francesa, ya no sé) del Libro y ésta denunció los sitios ante la Justicia argentina. Parece un acto de colonialismo cultural, ¿no?
—¿Usted tuvo algún aviso previo? ¿De qué modo se enteró que estaba siendo investigado?
—No tuve ni antes ni ahora ninguna llamada, ni de la Embajada, ni de la Cámara.
Una noche después de cenar ya por irnos a acostar, sentimos, mi mujer y yo un timbrazo en el portero eléctrico seguido casi inmediatamente por una serie frenética de golpes en la puerta, abro y se me aparecen dos agentes del orden preguntándome si era Potel y mostrándome un papelito que no querían darme, en el papelito pude ver que decía un numero de causa y la palabra “criminal”. En medio de tan grata visita les pregunté a los señores qué causa era esa y qué quería decir el numerito: “Usted sabrá en qué anda”, me contestó el servidor público. Algunas cosas no cambian nunca.
—¿Usted tiene sus teléfonos y cuentas de mail pinchados?
—Creo y confío en que no, pero esas son las medidas que pidió la Fiscalía, con el objetivo, al parecer, de probar algo que todo el mundo sabe: que yo soy el autor de esas páginas.
—¿Qué hizo con sus sitios?
—Los desactivé preventivamente, hasta que se decida la suerte de este proceso.

textual
“Si amamos la filosofía, no podemos dejar que nos arrebaten de la web, lo que construímos. Cada vez queda menos aire, cada vez nuevas y gigantescas corporaciones controlan todos y cada uno de nuestros pasos, para vendernos baratijas y Dios sabe qué otra canallada más. Somos nosotros, cada uno de nosotros los únicos que podemos defender la difusión de la cultura en la web, difusión gratuita y sin imposiciones de Tutores y Encargados. Como decía el viejo filósofo alemán Immanuel Kant: ‘¡Sapere Aude!’ (Atrévete a saber). He aquí la bandera de la Ilustración”.
Horacio Potel

La Ley Noble
La Ley 11.723 de Propiedad Intelectual fue sancionada en 1933, luego de ser promovida por el diputado socialista Roberto Noble, quien 12 años después fundó el diario Clarín. El profesor Potel queda atrapado en el inciso “a” del Artículo 72 de la norma, que sanciona a quien “edite, venda o reproduzca por cualquier medio o instrumento, una obra inédita o publicada sin autorización de su autor o derechohabientes”. Este delito, según la ley, “será reprimido con prisión de un mes a seis años”, como establece el artículo 172 del Código Penal.
En la página de la Fundación Vía Libre, que trabaja sobre temas vinculados a las nuevas tecnologías y los derechos ciudadanos, realizan el siguiente análisis sobre la causa: “La demanda carece de mérito en el caso de Nietzsche, ya que éste murió en 1900, y por lo tanto los derechos comerciales sobre su obra expiraron en 1970, y es probable que el aspecto penal de la querella no prospere porque para que lo haga deberían demostrar intención de dolo, pero tanto en el caso de Heidegger (1889-1976) como el de Derrida (1930-2004), la publicación de obras de estos autores sin autorización de los titulares del derecho de autor puede ser vista, efectivamente, como una violación de la letra de la ley 11.723. Para un juez, este hecho probablemente baste para considerarlo culpable, al menos en el fuero civil. Es posible, incluso, que un juez no tenga más remedio que declararlo culpable, ya que su función es aplicar la ley, y no cuestionarla”.
Poco hay que decir para observar que la ley fue pensada para un mundo muy distinto al actual, cuando los medios de comunicación masivos eran solamente la radio y los diarios. La irrupción de los medios digitales obliga de manera ineludible a repensar la legislación.

http://www.unoentrerios.com.ar/noticias_impresas/nota.php?id=11871

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