domingo, 26 de abril de 2009




EL EXTRAÑO CASO DEL JUICIO AL PROFESOR HORACIO POTEL
“El conocimiento no es una mercancía”

En el Día de la Propiedad Intelectual, la persecución judicial al docente que cometió el “delito” de difundir en la web textos difíciles de hallar de Derrida, Heidegger y Nietzsche debería servir para abrir un debate menos policíaco.



Por Facundo García

“Sólo una cosa es imposible para Dios: encontrarle algún sentido a cualquier ley de copyright del planeta” (Mark Twain en su cuaderno de notas, el 23 de mayo de 1903).

La noticia recorre el mundo: mientras varias instituciones celebran hoy el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, hay un docente argentino que está siendo perseguido penalmente por haber creado dos sitios sin fines de lucro donde se podían descargar de forma gratuita textos de Martin Heidegger y Jacques Derrida. Con furor insólito, la fiscalía pidió que se allane el domicilio de Horacio Potel y se le intervengan las cuentas de mail y el teléfono; y hasta mencionó la posibilidad de enviarlo a la cárcel por un período de entre un mes y seis años. ¿Quién es Potel? Un filósofo que en 1998 se compró una computadora, se conectó a Internet y quedó fascinado: “No podía creer que existiera un medio donde cualquiera se podía comunicar a voluntad con cualquiera, donde los libros y las imágenes que tanto había amado y que tanto habían significado en mi vida estaban allí para ser distribuidos sin restricciones. En ese momento estaba apasionado con Nietzsche y me pareció una buena idea devolver esos regalos que la red me estaba dando; entre los que hay que contar a mi mujer, a la que conocí por la web en esos lejanos años”.

Aclaremos: no es que el entrevistado haya querido devolver a su esposa, sino que intentó retribuir lo que había recibido del ciberespacio generando proyectos en los que el dinero no fuera una condición para acceder a textos fundamentales. “El primer sitio –Nietzsche en castellano, – está por cumplir una década, y tuvo más de tres millones de visitas”, puntualiza. A partir de aquel éxito surgió la idea de abrir páginas similares sobre Derrida y Heidegger. “Jacquesderrida.com.ar y heideggeriana.com.ar eran bibliotecas públicas online que gracias a una denuncia iniciada por la corporación local de fabricantes de libros de papel –la Cámara Argentina del Libro– y promovida por el agregado ‘cultural’ de la Embajada de Francia en Argentina, hoy ya no existen”, señala el profesor.

Lo cierto es que si quien conversa con Página/12 resulta ser un criminal para la Justicia, el problema es serio. Con modales tranquilos, Potel responde dejando entrever una bronca que no excluye ocasionales giros de humor ácido, un combo que parece coincidir con las reacciones que generó en los demás su llamado a la resistencia. Porque es posible que éste sea un hombre en apuros, pero no está solo: lo apoyan incontables blogs, un grupo en Facebook con más de dos mil ochocientos miembros, académicos, filósofos, estudiantes, investigadores, periodistas y ONG. En el Reino Unido, el grupo Copy South –de la Universidad de Kent– le dedicó un muy buen informe que está en kent.ac.uk/law/copysouth/es/hora cio_potel_es.htm. El abogado Leonardo Hernández está representando a Horacio sin cobrarle, porque sabe que su defendido no tiene un mango. Es que, después de todo, sus páginas ofrecían una completa relación de los textos de tres filósofos clave, además de fotos, biografías, comentarios y enlaces. Un auténtico tesoro para el lector tercermundista.

–El 31 de diciembre de 2008 Raúl Alejandro Ochoa, apoderado de la CAL, inició esta causa considerando que usted había violado la Ley 11.723, de Propiedad Intelectual. ¿Cuál es su situación ahora?

–Estamos esperando que el juez me llame a declaración indagatoria. Supongo que no ordenó aún las medidas que pidió el fiscal: intervención de mi teléfono y mis mails, y el allanamiento de mi casa. Tras dos meses de habernos enterado de la existencia de este juicio, el acostumbramiento nos sacó a mi mujer y a mí del constante infierno de estar temiendo que en cualquier momento un grupo de policías se meta en nuestra casa y se lleve las computadoras que –ambos somos docentes universitarios–, son una herramienta de trabajo.

–¿Cómo era su vida en épocas más tranquilas?

–Estudié Arquitectura en la UBA y luego como hobby empecé filosofía, la cual me atrapó y lo sigue haciendo, aunque ahora eso de “atrapar” haya tomado un matiz un poco preocupante. Actualmente trabajo en la Universidad Nacional de Lanús, donde dicto Etica y Metodología. En el campo de la investigación me estoy dedicando casi con exclusividad a Derrida y publiqué algunos trabajos sobre él. También me aboqué a Nietzsche y Heidegger. En el fondo, mis web son una especie de mapa de mis lecturas.

–Es evidente que se están oponiendo dos concepciones. Una que entiende que la filosofía y sus textos son mercancía y otra que estima al filosofar como un derecho universal. ¿Cómo jugarían esos valores en este juicio?

–Pienso que lo que se generó excede el ámbito de la filosofía. Se está discutiendo, directamente, el futuro de la difusión del conocimiento. El Parlamento Europeo dijo que “el analfabetismo electrónico será el analfabetismo del siglo XXI”, y desde este punto de vista, permitir que corporaciones oscurantistas preocupadas por sus balances empiecen a cerrar las bibliotecas digitales es asegurarnos un futuro de mayor ignorancia, y por tanto de mayor sometimiento y desigualdad. En Sudamérica no nos podemos dar el lujo de acceder a los reclamos de estos sectores, que al estilo de revividos luditas no titubean en destruir las nuevas máquinas del conocimiento en su afán de seguir ganando dinero con procedimientos artesanales.

–Tampoco las bibliotecas de papel están pasando un buen momento...

–No se hace nada por fomentar las bibliotecas del siglo XX, que están desabastecidas y desactualizadas hasta grados lamentables. A la vez, preventivamente, se empiezan a cerrar los embriones de las bibliotecas futuras. El acceso a los libros de papel se volvió imposible debido a los precios en euros. Además –y aun cuando se esté dispuesto a pagar las fortunas que piden– no hay dónde hallarlos fuera de Capital o alguna ciudad importante como Córdoba. En el interior son muy pocas las librerías especializadas en algo que no sea la venta de bestsellers y libros de autoayuda. Eso sin contar que los títulos pasan siglos agotados hasta que el fabricante dueño del copyright percibe que puede ser un buen negocio volver a publicar.

El ataque legal comenzó con una queja de la compañía francesa Les Editions de Minuit –que posee derechos sobre una parte de la obra de Derrida– y contó con el apoyo de la embajada francesa. “Que yo sepa –se embala Potel– la fábrica o artesanía Minuit no publicó libros aquí. Sin embargo, la colaboración de la CAL le permite concretar un ardid del más claro colonialismo, al negarnos el acceso a dos de los más importantes filósofos del siglo pasado.”

El acusado tomó conocimiento de la denuncia mediante la visita de un policía al que le encargaron chequear su domicilio. “Usted sabrá en qué anda”, respondió el agente cuando se le consultó el motivo. La causa lleva el número 57.627 y actúan el Juzgado Nacional en lo Criminal de Instrucción Nº 37 y la Fiscalía 49 de la ciudad de Buenos Aires. Cayeron sólo los sitios sobre Heidegger y Derrida, ya que el fallecimiento de Friedrich Nietzsche ocurrió en 1900 y ya pasaron los setenta años establecidos por la ley para la conservación de los derechos del autor.

–Al menos Nietzsche zafó. Igual, es como si se pretendiera encerrar al pensamiento...

–Es un secuestro de Derrida y Heidegger. De eso se trata, de la desaparición de su legado para miles de personas que no tienen el dinero que les piden los “dueños”, o que simplemente no encuentran sus trabajos. Sobre esto el mismo Derrida fue muy claro, y permítame citarlo: “Heredo algo que también debo transmitir: ya sea algo chocante o no, no hay derecho de propiedad sobre la herencia”.

–Le planteo un juego filosófico: ¿qué cree que habría dicho Sócrates sobre lo que le está pasando? ¿Y Heidegger? ¿Y Derrida?

–Es difícil aventurar qué habrían pensado Sócrates o Heidegger, ya que no conocieron Internet, aunque Heidegger la haya previsto de algún modo. En todo caso yo no pienso beber la cicuta. Sí podemos aventurar la respuesta de Derrida al jefe de la CAL, que alegremente afirmó en un matutino que sin copyright no habría producción intelectual. Le diría que el conocimiento no es una mercancía, es una transmisión, una traducción, una tradición, una herencia, que como tal me preexiste. Lo que trae como consecuencia que el texto singular se independice de su supuesto autor para devenir máquina productora, diseminante del sentido, separada de la conciencia y por tanto de las intenciones y de la plenitud del “querer–decir” de éste, y de cualquier otro que quiera erigirse en el dueño.

Da para seguir pensando. Por lo pronto, los efectos que pueda tener la avanzada sobre el resto de los internautas invita a recordar aquellas palabras de Martin Niemöller que casi siempre se atribuyen erróneamente a Bertolt Brecht: “Cuando vinieron a llevarse a los comunistas/ guardé silencio/ porque yo no era comunista (...) cuando vinieron a llevarse a los judíos/ no protesté/ porque yo no era judío./ Cuando vinieron a buscarme/ no había nadie más que pudiera protestar...” El perseguido resume: “Ojalá todos tomemos conciencia de que éste es uno de los más graves problemas que enfrenta la cultura. La red aguantará. Quizá los textos de Derrida y Heidegger ya no sean tan fáciles de encontrar. Pero sus fantasmas no se dejarán conjurar tan sencillamente”.


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